Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

Culpa nostra est

Refería recientemente Luis María Ansón, académico de la lengua, en su columna de El Imparcial, a los debates ideológicos en las Cortes republicanas de los años 30 sobre la conveniencia o no de la autonomía regional catalana. Básicamente a un lado se posicionaba Manuel Azaña, y al otro José Ortega y Gasset. Azaña abogaba por una limitada autonomía, definiendo a cataluña como región autónoma, con unas instituciones dotadas de mínimas competencias, y un respeto a, y preeminencia de la lengua castellana en el espacio público, mientras que Ortega consideraba que ninguna región debía tener privilegios, y menos una autonomía reivindicada por el nacinalismo o regionalismo local e insolidario. Antes de que el analfabeto de turno desprenda calificativos de fascistas y otros vituperios contra tan ilustres personalidades arriba referidas, diré, que tanto Manuel Azaña como Ortega y Gasset se tuvieron que exiliar debido a la instauración de la dictadura Franquista. El presidente moriría en el extrajero, y al filósofo, años más tarde se le permitiría volver a España, a condición de que se abstuviera de criticar abiertamente al régimen en el interior.

Pero a lo que voy es a la comparación. Estos dos señores eran, como Clara Campoamor, Niceto Alcalá-Zamora, Emilio Castelar, Francesc Pi y Margall, Juan Prim, o, aunque no serían santos de mi devoción Gil Robles y Alejandro Lerroux, unos oradores, hombres cultos y políticos de los pies a la cabeza. Tenían sus fallos, como todos, pero, si los comparamos con el gallinero en que algunos pretenden convertir el actual congreso de los diputados, comprenderemos la diferencia entre el blanco y el negro, entre el todo y la nada, entre el vacío y lo macizo.

Siguiendo en la línea de buscar comparaciones -que dicho sea de paso, me importa poco que sean odiosas para los políticos actuales- hay que hacer referencia a los hombres duchos en letras y ciencias de la época. Eruditos de la generación del 98, como Unamuno, Machado, Pío Baroja o Valle Inclán; poetas: la generación del 27 en su esplendor con García Lorca, Alberti, Salinas, etcétera, a los que hay que sumar por estilo aunque no por edad, sí por época a Miguel Hernández; científicos como Severo Ochoa; pintores como Dalí o Picasso; marcas de automóviles de lujo como Hispano-Suiza; y un largo etcétera de una época dorada cercenada por la guerra civil cuyas causas hay que buscarlas en el fanatismo político, el analfabetismo y la poca sustancia cerebral de algunos militares.

Evientemente, cómo todo momento de la historia tuvo su lado oscuro, con sus Zapateros de la época, hombres con una oratoria genial, que agitaba a las masas, pero con un discurso vacío de contenido y envuelto en un velo fanático-progresista como Indalecio Prieto, figura a la que ensalza ahora Magdalena Álvarez, o Largo Caballero -hay que decir que a los socialistas los salva la facción de Besteiro, un buen gestor, pero menos dotado para embaucar al populacho que sus compañeros de partido-. Entre lo más oscuro se hallaban los nacientes nacionalismos periféricos, los de ERC, entonces federalistas, mal que les pese reconocerlo, y los adoctrinados por el invento un racista fallecido a principios de siglo, un fanático llamado Sabino Arana, fundador -sobre la base unas ideas disparatadas, tergiversando la historia con una profunda ignorancia- del PNV y, junto a su hermano Luis, de todo el nacionalismo vasco de todos los tiempos. Por penúltimo menciono al Partido Comunista, ansioso de ser el ahijado preferido del padrecito Stalin -a la postre el responsable de la muerte de 20 millones de inocentes- que buscaba crear la República Socialísta Soviética de España -estado tan unitario como imaginario, mal que le pese a Llamazares ahora-. Y por último nos queda un pueblo inculto que nutría a un ejército desinformado y fanático -muchos de ellos descendientes de grandes militares liberales del siglo XIX- de un nacionalismo español irracional que propugnaba la vuelta a los tiempos oscuros del ultracatolicismo.

Y ahora, díganme ustedes, por una vez, cómo nos hubiera ido en la historia del siglo XX, y cómo nos iría en la actualidad si hubieramos eliminado a tiempo, mediante la cultura, la conciencia, y la responsabilidad de voto los elementos negativos descritos en este último párrafo, y hubiéramos confiado en cargos públicos responsables, cultos y valientes -ésta última cualidad es difícil de encontrar en cualquier época, por desgracia-. Y piensen una cosa: hay que votar más con la cabeza que con la emoción de hacer realidad las películas legendarias que nos cuentan los fanáticos y los trepas.

Siguiente Entrada

Anterior Entrada

Comentar

Dejar una respuesta

© 2024 Daniel Ortiz

Tema de Anders Norén