Lo progresista es negar la libertad económica y confiar toda la iniciativa al poder central del Estado, retomando los prehistóricos e ineficientes monopolios estatales. Lo progresista es coartar la libertad de los trabajadores para pactar libremente sus condiciones de trabajo, aunque dichas leyes restrictivas los condenen al paro y el subsidio. Lo progresista es que todos cobren lo mismo independientemente de su dedicación y esfuerzo. Que valga lo mismo rascarse la barriga que trabajar 14 horas al día.

Lo progresista es que toda agresión en un contexto de reivindicación, salga gratis al agresor, sobre todo si éste pertenece a la tribu progre. Lo progresista es negar España mientras se afirma mano en el pecho y cara al sol cada una de las 17 patrias o chiringuitos de corruptelas que sufrimos.

Lo progresista es la cultura de la subvención y del subsidio con dinero arrebatado a la fuerza a gente trabajadora, que lo ha obtenido con su esfuerzo e industria y entregárselo, no a personas necesitadas, cosa justa, sino también a gente que no tendría problema para ganarse la vida por sí misma, pero prefiere vivir de lo que producen los demás.

Lo progresista es acusar de racismo, sexismo, xenofobia, homofobia o cualquier otra forma de discriminación a quien se oponga a tus tesis, aunque sus palabras y actos nada tengan que ver con ello. Todo ello mientras se calla sin rubor alguno ante situaciones tan injustas como el burka o el asesinato de cristianos en otras longitudes y latitudes.

Y lo más progresista de todo es atacar constantemente y sin motivo a los Estados Unidos de América; país al que debemos tantas innovaciones, que si dichos progresistas fueran consecuentes, volverían voluntariamente a la Edad de piedra.

Así que, queridos progres, desde la caverna os aconsejo humildemente: dejad a la gente ser libre sin más límite que el respeto al derecho ajeno. Incluido el patrimonio que el prójimo se haya hecho con su esfuerzo y talento.

Publciado en El Adelanto Bañezano.