Alguien dijo que la vida es una carrera de fondo. El caso es que yo me presenté en una carrera de bicis por primera vez desde el año 2001, y por primera vez en la vida, en bici de montaña (BTT). Cuando me inscribí no tenía pensado hacer un gran resultado. Fui relativamente humilde y precabido conmigo mismo. Pero esta vez lo pasé mucho peor de lo que albergaba en mis expectativas.
No tuve en cuenta el sol, lo que con posterioridad he pagado con el enrojecimiento de la piel de brazos y piernas. Y tampoco tuve encuenta que la carrera era en El Bierzo. Conozco muy bien esta comarca leonesa y su paisaje, pero no reparé en que aquí todo iba a consistir en subir y bajar. Cuarenta y dos kilómetros de sufrimiento por sendas, caminos pedregosos y un desarrollo en la bici con poca cadencia para realizar el recorrido.
El principio fue duro, pero soportable, a pesar de que perdí el freno delantero en la primera frenada fuerte, después de haber esquivado un charco profundo y largo y haber pasado por el barro en otro. Aun sin freno delantero decidí continuar. Al fin y al cabo, había muchas subidas y las bajadas las iba a hacer sin arriesgar y usando solamente el freno de atrás.
A mitad de recorrido se encontraba el primer avituallamiento al que llegué acusando ya un fuerte cansancio y un gran dolor de espalda, pasajero pero punzante, que me hizo sufrir especialmente durante la primera parte de la carrera y casi me hace abandonar. Aproveché el avituallamiento para comer y beber y también reponerme un poco psicológicamente. Lo más duro estaba por llegar.
Después, y tras una buena cuesta para reanudar, encaramos una subida de varios kilómetros, con un desnivel infernal y bajándome (como varios corredores) de la bici en varias ocasiones debido a que la acusada pendiente y el desarrollo mínimo que llevaba no me permitían pedalear prolongadamente en según qué tramos. Una vez arriba, nos quedaba la bajada. ¡Qué bajada!
Cuando ya había cogido cierta velocidad, con el freno delantero casi inutilizado, perdí también el freno de atrás. Ello me hizo pasarme un cruce y tener que seguir bajando por ser incapaz de dar la curva indicada a esa velocidad. Frené como pude con los pies, y cientos de metros más abajo por fin pude detenerme, dar la vuelta, y subir más cuesta de la que me correspondía. Tuve que repetir esta operación al menos, que yo recuerde, en otras dos ocasiones.
Tras un segundo repostaje, en el largo camino de vuelta lo que odiaba no eran las subidas, que las hubo y muy duras, sino las bajadas a causa de lo mal que me frenaba la bici. Intenté contener la velocidad. Si bien no se debió exclusivamente a los frenos, a salir de un charco una rodera me hizo caer a la cuneta en un accidente digno de ser grabado.
Por fin llegué a meta, con la piel roja por el sol y sufriendo, con una mano dolorida y una pierna magullada. Allí me esperaba mi amiga Alicia, quien a su vez le pidió el móvil a un amigo para fotografiarme (ver la imágen asignada a esta entrada), cosa que le agradezco. Un buen recuerdo. Y a la ducha.