Más allá de la demagogia y la ignorancia colectivista, hay algo bueno que podemos extraer del momento político que vive España. Es un tiempo apasionante. En estos momentos, estamos asistiendo a un interesantísimo debate de propuestas e ideas que no existía en nuestro país con este ardor, al menos, desde la época de la transición.

A la extrema izquierda, que ha comprobado que tiene más tirón en nuestro país del que creía, ya no le vale hablar de Franco para arañar votos y eso es maravilloso: van a tener que hacer propuestas concretas y, buenas o malas, las están haciendo. A la izquierda moderada no le va a servir la demagogia de clase. El centro, representado por Ciudadanos, va a tener que concretar sin ambigüedades sus ideas cuanto antes. Y por último, la derecha, va a tener que dejar de echar la culpa de todo a la tristemente célebre herencia del gobierno anterior y ponerse a explicar lo que ha hecho y por qué, y lo que va a hacer a partir de ahora.

Todos ellos, pero especialmente los viejos partidos, van a tener que acostumbrarse a que ya no valen las decisiones a puerta cerrada, los dedazos descarados (ni siquiera a nivel interno), los enchufes, los asesores sin cualificación, el pasteleo con amiguetes de sindicatos o empresas o ninguna otra de las corruptelas que han marcado la historia de España en los últimos cuarenta años.

Nuestro país, para sorpresa de Europa, y recocijo de los españoles lúcidos, ha demostrado ser una democracia más seria, transparente y establecida que las del resto de los países del sur del continente. Los corruptos están en los tribunales, caiga quien caiga.

Ahora, a las tertulias políticas de casi todos los medios, acuden gentes de todas las tendencias y técnicos relevantes, ya no basta con el tertuliano de partido, ese que de todo sabe. El debate se ha enriquecido y después de todo, quizá estemos vislumbrando futuros acuerdos que nos impidan repetir los errores del pasado. Todo dependerá del egoísmo de cada uno. Ahora bien, estamos en el principio de una nueva era.