La ideología política que alumbraron los sabios de la escolástica española en la escuela de Salamanca, la que plasmó Locke en su obra “El gobierno civil”, y teorizó en el ámbito económico el padre de la economía moderna, Adam Smith. La ideología de la libertad, bautizada en España a principios del siglo XIX por nuestros primeros parlamentarios y llevada a la práctica por los padres fundadores de los Estados Unidos y abrazada por Tories y Whigs en el Reino Unido. Esa ideología que se opone a toda tiranía sobre el individuo, al que pretende, idealmente, garantizar la máxima libertad posible; sin coacciones exteriores, ni sentimientos de tribu. Esa idea pasa por malos momento en España, una vez más. En el siglo XIX fue la ideología dominante, aquella que construyó la moderna Nación.
Fue falsamente acusada de ser la causa de las malas condiciones laborales derivadas de la Revolución Industrial, cuando en realidad supuso un avance gigantesco con respecto al Antiguo Régimen, dado que ahora los trabajadores podían pactar libremente sus condiciones de trabajo. Circunstancia que aprovechó el socialismo para medrar y coartar las libertades que las ideas liberales habían alumbrado. Después de un siglo XX plagado de ruinosos y liberticidas socialismos de izquierdas (URSS) o de derechas (Fascismo), ahora algunos quieren descubrir la pólvora, poner excusas para evitar de nuevo el acceso a la libertad de los individuos.
La mala prensa que tiene el liberalismo -el de verdad- entre los que han ostentado las últimas décadas el poder en nuestro país sólo se explica por la voluntad de éstos de controlar las conductas ajenas. Que hayan censurado a Juan Ramón Rallo en TVE, a petición de la UGT es una prueba de ello. Porque en realidad, no hay razón ética alguna para opnerse a la idea de “el individuo puede hacerlo todo, salvo que menoscabe un derecho ajeno”. El principio de no agresión.