El nuestro ha sido un país que durante al menos 140 años dominó los mares y el continente europeo, siendo la potencia internacional más importante. En ese tiempo tuvimos como principales enemigos a dos estados cuyos cronistas salían en defensa de su país: Francia e Inglaterra. En ese clima, unido a una defensa, a mi juicio, demasiado irracional de la fe católica en los campos de batalla y a una violenta intolerancia interna hacia todo lo heterodoxo -como ocurría en otras partes de Europa- fueron el caldo de cultivo para el florecimiento de la Leyenda negra española.
Según la Leyenda negra, lejos de ser un país aventurero, que sale a los mares en busca de aventuras, que descubre América y circunnavega La Tierra por primera vez en la historia, España no sería más que una nación de católicos fanáticos y crueles, incultos e irracionales. Claro está que el Duque de Alba en Flandes no ayudó demasiado a desmentir la falacia.
Habría que recordar que en aquellos tiempos, junto a todo aquel belicismo y junto a la Inquisición -presente en mayor o menor medida en toda Europa- florecieron las letras y las artes como nunca en España, era el Siglo de Oro: Velázquez en pintura, Quevedo, Lope, Cervantes, en literatura, Churriguera o Herrera en arquitectura… demostraron que no se puede juzgar a un pueblo viendo sólo su lado negativo.
Lo mas triste de la Leyenda negra no es que haya durado hasta nuestros días. Los ingleses son unos maestros de la propaganda. Decía mi profesor de Historia del Derecho, Fernando de Arvizu, que lo hiceron tan bien difundiendo la Leyenda negra, que incluso los españoles la hemos interiorizado. Y ahí se explican muchas cosas: el regeneracionismo posterior al desastre del 98, el surgimiento de los nacionalismos periféricos, en parte alentados por el rechazo a la inmigración derivada de la industrialización; el sentimiento o complejo de inferioridad que ha presidido el sentir de la Nación el último siglo. Si a esto le sumamos los 40 años de desprestigio que generó la dictadura franquista, las corruptelas políticas en democracia y el turismo cañí; pa qué queremos más.
Sería bueno superar este complejo histórico y absurdo. Pero soñar es gratis y las predicciones de futuro hay que hacerlas con cautela, porque la imaginación vuela y conviene sujetarle las riendas, por si el golpe es mayor al despertar.