Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

El infierno zamorano

Hoy estoy criticón, miren ustedes. Y me he puesto así porque ayer y anteayer estuve dándome una vuelta por los pueblos de la provincia de Zamora, y claro, físicamente es agotador. Cualquiera que haya visitado la provincia lo sabe. Y no porque tengamos cientos de kilómetros para recorrerlos como nos dé la gana -que también-, sino porque terminas hasta los mismisimos órganos de reproducción de realizar un deporte de riesgo, porque eso es lo que supone conducir por las carreteras de nuestra provincia.

Baches -pero de los de verdad, con roturas en el asfalto-, ondulaciones endemoniadas, curvas sin visibilidad, y sobre todo estrechez de la vía son algunas de las sorpresas que al intrépido viajero le esperan en la vetusta provincia, siempre tan atendida por sus siempre atentos a los problemas de los ciudadanos diputados provinciales. Pero voto a Dios que esto no ocurre en una o dos carreteras, qué va, ocurre en la mayoría de las que dependen de la diputación. Una diputación que nunca protesta, una diputación acostumbrada cobrar su sueldo, seguros de ganar, comicios tras comicios, unas elecciones cuyos resultados se adivinan de antemano por el conservadurismo en la mentalidad de la población. Aunque ganara la oposición, sería más de lo mismo. La clase política aquí, en la España de segunda, se preocupa de sí misma, y la gente se acostumbra a estas miserias más típicas del tercer mundo que de una nación civilizada y moderna como España.

Lo que cuesta entender, señores lectores, es como no se les cae la cara de vergüenza a los responsables de fomento en la junta, el ministerio y la diputación. Quizá es, que sabiendo la invariabilidad del resultado electoral, prefieren mirar para otro lado, y tener contentas a regiones más importantes del país. Y los ya numerosos ciudadanos, preocupados por el tema, que escribimos sobre el asunto, nos empezamos a preguntar si escribimos para las paredes. Y si de verdad esta gente puede ser así con la tierra que les vio nacer.

De vez en cuando, alguien, algún alcalde, preocupado sin duda por la seguridad de los suyos, consigue que le arreglen un tramo de carretera o le reparen un puente. Entonces los señores políticos provinciales se las arreglan para no tener que preocuparse por el presupuesto. Hacen un reasfaltado de «pichiglass», una pantomima, generalmente realizada justo antes de una cita electoral, que me pregunto yo si no tendrá algo que ver. En lugar de actuar como gobernantes interesados en su tierra, haciando unas carreteras de puntuación 11 sobre una escala de 10, se dedican a poner parche aquí, parche allá, reasfaltado de medio centímetro aquí, travesía por allá, y con un poco de suerte, ganamos mil votos más. Esta es la triste realidad de nuestra provincia, tan abandonada siempre de la mano de Dios, y claro, luego cuando oyes a algún analfabeto gritando que el suyo es un pueblo oprimido por el «Estado Español» -nunca dicen España, los muy perros-, te queda un mal sabor de boca, y piensas lo bien que le vendría darse una vuelta por Zamora, y comparar las infraestructuras de Cataluña o las Provincias Vascas con el marrón que hay aquí. A lo mejor cambiaba su concepto de pueblo a merced de la clase política. Allí se quejan de vicio, y les dan lo que piden. Aquí nos quejamos de necesidad, y nos lo niegan. Pero siempre.

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