En La Bañeza los aficionados al deporte del motor suelen decantarse por el mundo de las dos ruedas. Es normal, con el Gran Premio de La Bañeza y con las pruebas de Motocross. Yo, en cambio, y pese a haber residido en la ciudad durante años, siempre he sido más aficionado a las cuatro ruedas. Tanto sobre circuito como sobre camino abierto.
Esta afición comenzó con mayor pasión a finales de los años 90, con unos 13 ó 14 años, en el marco del mundial que casi gana Sainz en los ralis (‘trata de arrancarlo’) y de la vuelta de los españoles (dos catalanes, por cierto) a la máxima categoría del automovilismo mundial: el campeonato del mundo de Fórmula Uno.
Por entonces no éramos muchos quienes a través de la 2 de TVE seguíamos regularmente el Mundial. Me atrajo la ingeniería, las estrategias, los cálculos al milímetro y la pericia de talentos como Schumacher o Hakkinen. Con el tiempo me interesé aún más por la historia de este deporte, hasta el punto de considerarlo un arte y a los primeros y más ingeniosos coches de carreras artesanales, su obra magna en manos de pilotos de la talla de Jim Clark, Juan Manuel Fangio o Alain Prost.
Por eso, hoy en día, convertido este en un deporte de masas en España (país en el que a pesar de todo siempre tuvo algún tipo de presencia) y transformado para el público televisivo del siglo XXI no puedo evitar sentir alguna nostalgia, cierta envidia de los hombres del pasado que se hicieron a sí mismos. Como Frank Williams (fundador del equipo que lleva su nombre) o Ron Dennis (mecánico que ascendió hasta convertirse en propietario de McLaren). Pero si les soy sincero, para mí la imagen del éxito con mayúsculas, de ejemplo en la vida y representación de la pasión por la competición es Colin Chapman, fundador de Lotus, a pie de pista y sin medida alguna de seguridad, lanzando su gorra al alto en los años 60 o 70 para celebrar la entrada en meta de sus coches victoriosos.
Publicado en El Adelanto Bañezano