La realidad actual rusa es un ejemplo de una nación que perdió su libertad por carecer de los medios para conservarla: pluralismo, crítica pluralista y dejar que se cuente la verdad. La desactivación de movimientos autoritarios y fanáticos es una labor informativa que, más allá de la vanidad de muchos periodistas (especialmente los jóvenes), debemos cuidar y proteger porque nuestra libertad y prosperidad dependen de ello.
En este sentido el ejemplo de Rusia nos es sobradamente útil. Tras siete décadas en las que el país fue gobernado tiránicamente por el Comité Central del Partido Comunista, con un régimen totalitario asentado sobre el asesinato sistemático y la represión (ese que añoran algunos sectarios en Europa occidental), en 1991 y gracias a las reformas de Gorbachov se abría un camino de esperanza en la capital del Movska.
El precio que el pueblo ruso, que se manifestó valientemente contra el leninismo (ese que algunos quieren traernos), que les fue impuesto durante décadas, tuvo que pagar, fue el tener que permitir que un demagogo borracho e inútil como Boris Yeltsin permitiera que el país perdiera un tercio de su territorio y ejecutara reformas arbitrarias de una manera apresurada y poco transparente.
La situación de la joven democracia Rusa era pésima a mediados de los años 90, si bien la libertad había llegado a las calles, el clima político se asemejaba más a las intrigas del viejo Politburó. El «héroe» Yeltsin llegó a ordenar el bombardeo del Parlamento Ruso, cuya defensa había promocionado su ascenso en el pasado.
Ante tal situación, los rusos se enfrentaron a un dilema: votar al comunista e involucionista Ziguanov, que les conduciría irremediablemente y bajo la promesa de resucitar la URSS, a la dictadura; o apostar por la opción menos mala y continuar con Yeltsin. Eligieron la segunda, que fue la que condujo a Putin y a la dictadura.
Afortunadamente, no estamos en la situación de aquella Rusia porque tenemos opciones serias, sin embargo, sería muy triste que la situación en España se degradara hasta el punto de quedar encerrada entre dos fatales opciones irreconciliables, entre el populismo y la corrupción.