Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

Maneras de tomarse la vida

Hay optimistas y hay pesimistas. Siempre los ha habido. Y hay momentos en la vida en los que uno es optimista y todo lo ve de color azul y momentos grises, en los que parece que la vida en este mundo no sale de lo descrito en las coplas de Jorge Manrique. Todos tenemos días y días. Pero no me quiero referir a la obviedad. Quiero hablar de actitud ante la vida. Del largo plazo.

Los aguafiestas, los cenizos, aquellos que creen de veras que no son dueños de sus vidas y que se ven manejados por unas fuerzas superiores a su voluntad en todo momento, intentan tomarse la vida de los modos más extraños. Unos muestran una más que sorprendente autocomplacencia y conformidad con la mediocridad. Éstos son los menos y al menos son felices en su alejamiento del mundanal ruido y de la lucha por la excelencia. Otros, los más, gustan de vivir quejándose.

Los quejicas siempre tienen un motivo para protestar. Ellos, además, nunca son responsables de nada de lo que les ocurre. Buscan los más variopintos responsables a su fracaso vital, estudiantil, amoroso, profesional, deportivo o incluso de salud. Son incapaces de hacer autocrítica, y si la hacen internamente, son demasiado hipócritas como para reconocerlo de puertas hacia fuera.

Así pues, entre los quejicas se nota una cierta envidia o resentimiento por aquellos que sí han conseguido triunfar. Se suman a toda huelga, protesta o queja y están sistemáticamente en contra de todo aquello que suponga aportar voluntariamente esfuerzo y sacrificio. Por desgracia, en los países subsidiados y subvencionados como el nuestro, estas preclaras mentes abundan. Todos los tristes plebeyos, para estos sujetos, vivimos explotados por los que tienen éxito, o por el capital, o por los que tienen suerte. Pero nunca se paran a analizar por qué algunos tienen éxito y por qué algunos son generosos. Ni tampoco suelen mostrar gratitud hacia quienes realmente ayudan sin interés propio.

Pero al otro lado del campo, están los optimistas. Aquellos que nunca pierden el ánimo, ni siquiera en su travesía hacia su particular calvario. Decía Churchill que si estás atravesando el infierno, has de seguir adelante. Y es que la perseverancia es el secreto del éxito. No el desánimo, ni la queja, ni el buscar culpables externos a tu situación. Todos pasamos por momentos duros y la forma de afrontarlos nos define como personas y determinará nuestra suerte futura.

El renunciar a la queja y a culpar a los demás de tu situación no significa que renuncies a luchar o a rebelarte contra ello de otra manera. Al contrario, significa que estás más dispuesto que nunca y que has comprendido que tú eres el responsable y el dueño de tu vida y que de tu trabajo depende que salgas adelante y alcances el éxito. Simplemente dejarás de culpar a los demás de tus frustraciones y aunque no alcances la cima del mundo, llegarás a disfrutar del camino recorrido y te admirarás de lo logrado con tu sudor.

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