Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

El advenimiento de la República

Recientemente, quizá con motivo de la cercanía de fecha del pasado día 14 de Abril, he estado leyendo, rememorando lo que ocurrió por estas fechas en 1931. A medio plazo, la Segunda República fracasó; terminó dando bandazos en un mar de violencia político-social. El golpe del 18 de julio, que abrió la etapa más sangrienta de la historia reciente de España sólo fue la gota que colmó el vaso y dio definitivamente por perdida esa oportunidad. Pero no tuvo por qué ser así. Y creo que nuestra generación no es lo suficientemente consciente de lo que significó aquel fracaso y de la responsabilidad que casi todos tuvieron en ello.

Desde la marcha del dictador militar, Miguel Primo de Rivera, la posición del Rey era insostenible. El propio Alfonso XIII se creyó deslegitimado para seguir en el trono al tiempo que intentaba conservar la corona a toda costa. En ese sentido llegó a pedir consejo a Francesc Cambó, quien le aconsejo que nombrara jefe de gobierno a un político de izquierdas con el objetivo de comenzar un proceso constituyente. El problema es que ni siquiera la izquierda dinástica estaba por la labor. Cada vez eran más aquellos miembros de la vieja guardia que se declaraban «Monárquicos sin rey», cuando no, abiertamente republicanos, como Maura o Alcalá-Zamora.

Así pues, la proclamación de la República sólo estaba esperando a que el Rey tomara la decisión de abdicar. Máxime cuando Ortega publicó en El Sol, en 1930, su famosa y lapidaria frase «Delenda est Monarchia».

El resultado de las municipales, ganadas aún por los viejos partidos, sólo fue la excusa que usaron los firmantes del pacto de San Sebastián para terminar de convencer al Rey de que debía abandonar España. De madrugada, 2 días después de las elecciones, el 14 de abril, el ayuntamiento de Eibar formado por republicanos y socialistas, era el primero de muchos que proclamaba la República. Se abría un tiempo de esperanza que terminaría, por desgracia, convirtiéndose en otra oportunidad perdida de la que, como es costumbre, nadie fue culpable.

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