Llegó el año 15 y despuntó la Generación del 14. Para mí, su mayor representante, al margen de reconocimientos literarios, fue José Ortega y Gasset. Qué poco valorada es la Generación del 14 en comparación con las otras dos grandes generaciones: la del 98 y la del 27.
Llegó el año 15 y los solados en el frente se dieron cuenta de que la Guerra iba en serio. La Gran Guerra que había involucrado a todas las grandes naciones europeas, menos a la nuestra, no iba a ser una escaramuza. Aquel pique de Rusia con Austria por la defensa de los hermanos eslavos del sur llevó al mundo al desastre. Atrás quedaron los juegos y los encuentros informales de navidad entre tropas enemigas. La Guerra iba en serio y en el año 15 quedó claro que iba a ser brutal, larga y cruel. Aquella guerra cercenaría el progreso de la humanidad volcando el ingenio solamente hacia el lado bélico de la balanza.
Llegó el año 15 y España no perdió de nuevo la oportunidad de perder otra oportunidad. Nosotros, la única nación grande que se libró de la guerra, no supimos aprovechar esa circunstancia.
Languidecía, desde el asesinato de Canalejas a manos de los de siempre, el régimen constitucional más estable que habíamos tenido en cien años. Romanones y Dato se turnaban por el sillón de Sagasta y de Cánovas. Entonces, al igual que ahora, se antojaban lejos los hombres brillantes. Asesinado Canalejas en el año 12, Maura abandonado por todos, los gobiernos se sucedían sin pena ni gloria, con el leonés García Prieto de argamasa del turno.
Para colmo de los males de la Nación, fallecía Francisco Giner de los Ríos, el mayor defensor del krausismo, esa filosofía que combinada con las ideas más liberales, trajo un atisbo de libertad a la vieja y aburrida España.
Más de década y media desde el artículo Sin Pulso, de Silvela, y el ‘cirujano de hierro’ seguía sin aparecer para revivir al enfermo. A la luz de la actual crisis política, pareciera que en cien años poco hemos cambiado.