Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

Llegaremos más lejos

El 20 de julio de 1969, el americano Neil Armstrong, comandante de la misión Apolo 11, pisaba la luna y dejaba inmortalizado el momento con la frase que recordamos, desde entonces, como una de las más famosas de todos los tiempos: «That’s one small step for [a] man, one giant leap for mankind».

El triunfo de Estados Unidos en la carrera espacial, era el triunfo del mundo libre sobre el totalitarismo comunista que, en términos estrictos, iba por delante hasta ese momento en cuanto a logros espaciales. Pero la Luna fue un reto insuperable para una economía planificada y un país sin libertad como la Unión Soviética. La fuerza industrial y el ingenio de los estadounidenses hicieron posible la utopía.

Hecho este breve alegato en pro de la libertad, mi intención no es, en este artículo, hablar de política ni de economía. Mi objetivo se fija en la tremenda, profunda e intrigante reflexión que trae consigo el logro de la llegada del hombre a la luna; resucita, en cierto modo, aquella mentalidad optimista de la Europa de la Belle Époque y de la Segunda Revolución Industrial, recordándonos que el hombre, si se lo plantea, con tiempo y esfuerzo, puede conseguir cualquier hazaña que se proponga.

Para concretar lo que pretendo decir con esto, sirva como ejemplo el hecho de que a principios del siglo XX, y hasta que en 1903, finalmente, los hermanos Wright (otros estadounidenses) consiguieron volar, muchos hombres de mentalidad cuadrada, consideraban que un objeto más pesado que el aire nunca podría alzarse por sí mismo. Poco más de una década más tarde, los aviones de guerra surcaban los cielos del Viejo Continente.

Así pues, cuando alguien habla de imposibilidades tecnológicas, creo que deberíamos mirarnos en la historia. Olvidarnos de fanatismos, de ideas cerriles preconcebidas. Lo que el ser humano necesita para conseguir cualquier cosa que se proponga es motivación y tiempo. La motivación que llevó al módulo Eagle a alunizar en 1969 fue la lucha tecnológico-propagandística entre las dos grandes potencias, y gracias a esa tensión, el conocimiento dio un salto de gigante en menos de una década. Hasta el punto de alcanzar algo que, unas décadas atrás, casi todo el mundo consideraba imposible. Y es que pensar en un cohete del tamaño de un rascacielos, cabalgando sobre una estela de fuego que lo eleva a los cielos, hasta bien entrado el siglo XX, era algo que sólo existía en la ciencia-ficción de Julio Verne.

No digo que sea necesaria una nueva Guerra Fría para avanzar en el desarrollo técnico. Lo que digo es que la humanidad puede conseguir lo imposible. Cualquier cosa que imaginemos. Incluso aquello que en estos momentos no podemos ni imaginarnos. Sólo necesitamos no destruirnos por el camino.

REFLEXIÓN NACIONAL

En este sentido, deberíamos hacérnoslo mirar en España, donde el grito ¡Que inventen ellos! de Unamuno, trae una idea equivocada. No es que nos falten inventores o investigadores, es que no sabemos apreciarlos y no queremos innovar (y no me refiero al Estado, al que simplemente hay que exigirle que no estorbe). No es cómodo.

Daniel Ortiz Guerrero, http://www.daniel-ortiz.es/paginapersonal

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