Soy de un pueblo que en 1940 tenía como población de hecho -la que realmente habita en el municipio- 658 habitantes; y desde el censo de 1887 nunca había bajado de los 600, llegando a alcanzar a finales del siglo XIX la nada despreciable cifra de 665 habitantes, tanto de hecho, como de derecho.
En la actualidad, apenas habitan la localidad doscientas veinte personas. Y no se trata de un lugar recóndito, perdido en las montañas. Se trata de una población situada a tan sólo ocho kilómetros por carretera de la Autovía del Noroeste A-6, y a once kilómetros de la autovía Rías Bajas A-52. Que está a 22 kilómetros de Benavente y a 24 de La Bañeza, casi a mitad de camino entre ambas ciudades. La historia contemporánea de Coomonte es una más de las muchas tristes historias de despoblación acaecidas en Castilla y León durante el último medio siglo.
El panorama es desolador. Pocos pueblos alcanzan los doscientos habitantes. Pueblos que siempre estuvieron en torno a los quinientos en los últimos dos siglos. No pretendo ser más listo ni llegar más lejos que nadie en mi exposición. Tampoco pretendo que sea algo minucioso, ni mucho menos un estudio científico, pero creo que tengo que aportar lo que desde mi punto de vista es necesario que sea tenido en cuenta. Por ello, convendría hacer un breve resumen de la Naturaleza y las Causas de la despoblación y envejecimiento de los habitantes de los pequeños núcleos rurales:
- La principal causa, es la económica. Sin la menor duda. Nadie discute esta cuestión. En las primeras décadas del siglo XX, y también, en parte, después de la Guerra Civil, buena parte de la producción económica del país estaba basada en el sector agrícola. Entonces, España era un país poco o casi nada industrializado, encerrado en si mismo en términos comerciales: primero, debido al proteccionismo, después de la Guerra Civil, debido a la ruinosa Autarquía nacional-sindicalista pretendida por Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y tras la Segunda Guerra Mundial, debido al aislamiento internacional sufrido por el régimen de Franco. Esto hacía que casi toda la producción de alimentos del país debiera ser llevada a cabo internamente, sin importaciones de ningún tipo, lo cual favoreció la permanencia en el campo de buena parte de la población. Esto era así porque entonces una explotación agrícola resultaba comparativamente rentable a los salarios en la Ciudad. El hecho de que el nuestro fuera un país poco industrializado, favorecía, al mismo tiempo, la necesidad de una ingente cantidad de mano de obra (a penas había tractores, en los pueblos, con lo cual, para producir lo suficiente, se necesitaban más personas).
- La evolución industrial y la apertura económica del país cambió esta situación. A partir de los años 60, y no digamos, a partir de mediados de los 80, con la entrada en las Comunidades Europeas, España cambió el aislamiento por la integración internacional, lo que eliminó aranceles y favoreció el libre comercio, que si bien revitalizó la economía general del País, permitió la entrada en el mismo de productos agrícolas más baratos, producidos a menor coste en el extranjero, lo que ha provocado la marcha de la mayor parte de la población de los núcleos rurales hacia las ciudades, en las que, al abrigo de la industrialización y la mejora de la renta, han florecido los sectores secundario y terciario, con empleos menos sufridos y mejor remunerados que los que había en el Campo. A esto hay que unirle que la llegada de mejoras técnicas agrícolas -que a su vez han mejorado un poco la rentabilidad de las explotaciones agrícolas- hizo que cada vez fuera necesaria menor cantidad de mano de obra.
- Además de la Industrialización y la Globalización (fenómenos muy positivos, netamente, pero con el secundario efecto negativo para el medio rural), existe un tercer factor, de menor importancia quizá, pero que conviene tener en cuenta: la cantidad de servicios y la proximidad de los mismos que podemos encontrar en una Ciudad en comparación con la presencia de éstos en un Pueblo.
Ante esta situación, debemos preguntarnos qué se puede hacer. Las soluciones que desde la distancia de un escaño en las Cortes de Castilla y León, o en el Congreso de los Diputados, o en el Consejo de Ministros han tratado de vendernos no han funcionado como se esperaba. Esto se debe a varias causas:
- Demasiada subvención y estatalización: subvencionar el sector agrícola sólo ha provocado que las personas involucradas en ese sector no hayan buscado, sin huir a la ciudad, un medio de vida alternativo a la agricultura y a la ganadería, o complementario de este (envasado y venta al por mayor, por ejemplo). Lo que digo parece una contradicción, y puede sentar muy mal en un país y en un sector acostumbrado a la percepción de fondos públicos en lugar de a la búsqueda de competitividad e innovación por cuenta propia, sin el apadrinamiento del Estado.
- Falta de incentivos fiscales. Se echa de menos una menor carga fiscal por parte, incluso, de los impuestos estatales, como compensación al hecho de vivir tan lejos de los Hospitales, Centros de Salud, Comisarías de Policía y otros servicios que quienes habitan en la Gran Urbe tienen mucho más cerca.
La solución a esta situación viene -a mi modesto entender (demasiado liberal para este país)- tanto de la industrialización como de la búsqueda de nuevas formas de negocio.
- La industrialización puede venir de la mano de la creación de pequeños polígonos entre los términos de varios municipios, en los que empresas atraídas por beneficios fiscales, el bajo coste del suministro de aguas, y la proximidad a las autovías y carreteras nacionales, se instalen asumiendo la contratación mano de obra residente en la zona.
- También ha de venir esta industrialización por iniciativa de los propios residentes en la zona, con la creación de Cooperativas de envasado y venta mayorista, o Sociedades de Responsabilidad limitada. La tarea en este caso de la Administración ha de limitarse a la promulgación de beneficios fiscales que incentiven el emprendimiento y a garantizar una buena información a los particulares que potencialmente pudieran decidir emprender.
- La tercera vía, complementaria de las anteriores es la exploración de nuevas formas de negocio: turismo histórico (sobran restos arqueológicos, monumentos, historia, batallas, y demás en la meseta norte, y más en la comarca en la que me centro), turismo rural, rutas turísticas o turístico-deportivas y negocios gastronómicos u hosteleros.
Al mismo tiempo, la Administración podría hacer públicos los beneficios a los que pueden atenerse quienes decidan residir en un pequeño núcleo de población y utilizar para ello, sin que sirva de precedente, alguna de las costosísimas e inútiles campañas publicitarias que año tras años soportamos.
Las razones por las que he escrito el presente artículo no son otras que la tristeza y la nostalgia. He visto como se caían casas con historia y cientos de años a sus espaldas. Como desaparece la vida del pueblo en el que me crié. Como se ven las tapias derrumbadas por la erosión, como a nadie le importa que los palomares, o los huertos estén en ruinas o abandonados. Como esta vida sencilla y descansada, de una calidad estupenda, se está apagando sin que nadie haga nada en condiciones. Soy liberal y rechazo, por tanto, la mayor parte del intervencionismo estatal, pero debería el sector público sentar las bases para permitir la iniciativa privada en el mundo rural. Sería el mayor homenaje a nuestros tristemente olvidados antepasados, que habitaron estas tierras continuadamente desde el siglo X, al menos, y con historia escrita en toda la Baja Edad Media y toda la Edad Moderna (sí, señores, en Coomonte o sobre Coomonte). Y con poblaciones documentadas, en esta zona, desde la Antigüedad Clásica.
Aún pueden verse inscripciones en marcos de puertas, o en piedras, que estaban ahí antes de la llegada de las tropas de Napoleón. Pero a nadie le importa.