Es una pena, una tristeza, que hoy haya jóvenes de 20 años que no sepan quienes fueron ellos, y quien fue el teniente Ruiz, que sobrevivió a ambos, y lo que hicieron en un lugar donde ahora sólo podemos contemplar un arco de ladrillo en la madrileña plaza del Dos de Mayo, antiguo cuartel de Monteleón. Como venía diciendo, una pena que los jóvenes, los de mi edad, incluso mayores, no tengan ni idea de qué hicieron y cómo se comportaron Daoíz y Velarde; cuánto mangante ha ocupado sitio en el Ministerio de la Nada, antes Educación. ¿Se imaginan ustedes que en Inglaterra alguien no supiera quién fue Cromwell? Así nos luce el pelo.

1 mayo, 2011
Daoíz y Velarde
Hoy se cumplen 203 años de aquel lunes, 2 de mayo de 1808. Día soleado y sangriento donde los haya, ennegrecido por nubarrones premonitorios la madrugada siguiente, la del 3 de mayo, como si todo estuviera previsto en un guión de película. Aquel día, que según algunos es la referencia para la entrada de España en la modernidad, cambió para siempre la historia de nuestro país. Comenzaba la guerra. La guerra por librarnos del yugo francés para traer a un rey descrito por Galdós como un aborto del derecho divino; llamado injustamente el deseado, debido a las ánsias de paz y libertad de un pueblo harto de bofetadas venidas del vecino del norte. Un pueblo, que vería ahogadas sus ilusiones en la más cruel y liberticida tiranía de un miserable traidor y sin palabra, que fusiló a héroes nacionales como Juan Martín Díaz, y que a buen seguro habría fusilado a quienes el 2 de mayo dieron la cara y la vida por la Nación. La Nación: la única que cuenta, la española. No la de Franco, ni la de los Nazis periféricos. Ni el dictador fascista-militar tenía derecho a apropiársela, ni los caciques periféricos a destruirla o difamarla.Daoíz y Velarde lucharon y murieron. Porque era su deber en el más puro sentido kantiano del término. Porque los franceses estaban matando a gente en las calles, en una revuelta popular sin precedentes y con la crueldad inusitada que sólo un borrego como el mariscal Mürat podía concebir. Quizá lo sospecharan, pero poco se imaginaaban estos dos capitanes de artillería: Luis Daoíz, sevillano, cuarentón, y Pedro Velarde, cántabro, de 27 años, que durante el siglo XIX se iban a convertir en auténticas divinidades paganas, símboles de la libertad y la resistencia nacional.