Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

Memoria histórica

Merced a Garzón y a la parafernalia mediática que lo ampara, con el beneplácito de una izquierda irresponsable, y una derecha tontorrona, como siempre, la imágen internacional de nuestro país ha vuelto a caer en picado en el panorama internacional. Spain is different, que dicen los horteras, recordando una campaña publicitaria desfasada. Lo de Garzón es un mal menor: no se le procesa por perseguir crímenes contra la humanidad, ni por ir contra el fascismo; se le procesa por hacerlo presuntamente sin tener competencia. Ese es el quiz de la cuestión. En un estado social y democrático de derecho, lo más importante es el imperio de la ley, a la que están sujetos los jueces, expresión de la voluntad general y garantía para los ciudadanos. El mediático magistrado ha sido acusado de prevaricación por vulnerar una ley aprobada por el parlamento en 1977.
La ley de Amnistía, reivindicación izquierdista de los años setenta, fue llevada al parlamento a iniciativa del PSOE y del PCE, a la que se sumaron el resto de los grupos políticos ante la insistencia de los dos anteriormente mencionados, declara nula la responsabilidad por delitos de intencionalidad política cometidos con anterioridad al año 1977, incluídos, pese a las reticencias de la derecha, los delitos de sangre. Lo que esto supuso fue la liberación de todos los presos políticos de la dictadura, aunque hubieran asesinado. Es decir, se puso en la calle a todos los terroristas de ETA y del GRAPO. Una decisión tan difícil y generosa apoyada por unanimidad por el parlamento respondía a un objetivo mucho mayor, y que hasta el año dos mil cuatro todos teníamos claro: la reconciliación nacional.
Superar el pasado no significa olvidar la historia. Por eso veo bien que quienes aún tengan familiares -de uno u otro bando, ya que es falso que en los años 40 lo hicieran todos los nacionales- enterrados en las cunetas, puedan darles sepultura cristianamente. Pero la ley de Memoria Histórica cojea. Y lo hace porque el fin para el que fue concebida no fue exactamente el de enterrar con dignidad a nuestros muertos. Se trata de provocar una reacción en parte de la derecha para obtener un beneficio electoralista para el PSOE de Zapatero a costa de la extrema izquierda. Eso es lo más triste de todo. Porque si el golpe del 18 de julio de 1936 fue condenable, no lo fue menos el de 1934 por parte de los caballeristas y prietistas del PSOE -bendita la guerra, decía El Socialista en uno de sus números- con la oposición total de un héroe nacional, al que el PSOE tiene olvidado hoy, y que fue uno de sus mas destacados miembros, el socialdemócrata Julián Besteiro, el único que no huyó cuando fueron a buscarle los fascistas, terminada la guerra, y al que el miserable general Franco condenó a treinta años. Y durante la guerra, qué decir, asesinatos políticos hubo en los dos bandos, tolerados por sus respectivos gobiernos -progres: ver masacre de la Cárcel Modelo, checas de Madrid, crímenes de Paracuellos del Jarama-. ¿Alguien se cree que si el bando Republicano gana la guerra no habría habido represión? ¿O que el padrecito Stalin -como llamában algunos socialistas y comunistas al sanguinario dictador soviético- habría dejado pasar la oportunidad de establecer un nuevo estado socialista?
Si, la dictadura franquista fue terrible en sus primeros años. Terrible y eterna. Perdimos veinte años en lo económico con respecto al resto de Europa y cuarenta en lo político. Pero eso no le da más legitimidad a la izquierda para gobernar o resucitar fantasmas y odios del pasado. Porque aquí, quien más quien menos, todo el mundo tiene lo suyo.

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