Hace unos años el alcalde de un pueblo del Reino, me dijo que si volvía a decir las cosas que dije sobre él en un artículo de opinión, me crucificaba. Una actitud nada correcta, y menos emanada de boca de un edil elegido de manera democrática, por sufragio libre, igual, directo y secreto. Pero a algunos -los menos- les parece que en los pueblos la libertad de expresión no existe, eso son milongas para las cosas del Estado, que hay que respetar lo establecido, que el alcalde es ordeno y mando por la gracia de Dios, o por la del partido de la ideología que gobierna la mente de la gente con miedo al cambio o al movimiento, que, oigan, nos sacan el ojo derecho, no vamos a intentar evitar quedar tuertos, no vaya a ser que los que nos dan por saco se cabreen y nos dejen ciegos, sacándonos el izquierdo, que además, para los años de vida que nos quedan, para qué queremos cambiar nada. Eso mismo enseña la doctrina de todos los totalitarismos, que no protestes, coño, que si protestas es peor. Eso pretendía mi primo el alcalde.
Tócate los huevos: voy a ver si amilano aquí al chaval, que oiga, por leer unos cuantos libros y tratar con algunos políticos, nos ha salido gallito. A ver si lo acojono un poco y me deja tranquilo, no vaya a ser que a la gente le dé por pensar, y tenga que tomar las de Villadiego, ahora que me había acostumbrado a cobrar mi propina de primer edil cada mes, que el resto de los concejales no cobra, dónde vas a parar, pero que aunque angosto, me llega para pagarme el café y las pipas, oye, algo que no pongo de mi bolsillo, mira tú. Nanai, vamos, que se va a enterar, aquí éste, de quién soy yo, que no hay nada para ser un buen alcalde, que no haber pasado de Viriato en historia, que eso debió de ser al tiempo que lo de los moros, más o menos. El caso es que el chico este, que cree que sabe más del pueblo que yo, que fíjate que me acuerdo hasta de cuando hacíamos concejo. Qué cojones quiere opinar sobre la gestión que hago o dejo de hacer en la gobernación de esta república, si además, ni siquiera vive aquí, que esa es otra. Total, que voy por la calle un día, y tócate los huevos, me lo encuentro allí, con otros chavales, y digo: voy a llamarlo a parte, no vaya a ser que haya testigos y la liemos. A ver, chaval, como te digo esto, eh, voy a poner voz de tipo duro, sin mariconadas de educación o respeto, que eso fijo que hace que se cague por dentro… «Oye, ven acá. Comu vuelvas a escribir algu comu lo que escribistis, te, te… te crucifico. Fíjate».
Poco le importó al regidor en cuestión que en el artículo que tanto le molestó, le tratara siempre de «señor», y procurara explicar mis postura con el máximo respeto, sin injuriar ni calumniar a nadie, y refiriéndome sólo a su cargo público, sin implicaciones personales -cosa que él si hizo conmigo y con mi familia-, simplemente hice hincapié en el sentido práctico del asunto que defendía, con la máxima educación posible, pero tratando sin complejos un tema de interés público, sobre el que, está demás decirlo, todos tenemos derecho a opinar. Por supuesto, ni me asusté entonces, ni me amilano ahora. Escribo lo que pienso, y pienso lo que escribo. Esas son las reglas del juego que conmigo uno no quiso respetar.