Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

La buena vida

Qué ajetreo en este comienzo del curso. Pero, salvo la ansiedad típica del papeleo y el tráfico, me gustan los comienzos. Tras un verano poco fructífero en mi vida, yo creo que este es mi año. Pero no quiero aburrirles con mi vida, voy a contarles a ustedes lo que es la buena vida.

De pequeño veía a hombres como mi abuelo ir a las doce del mediodía a la bodega a tomar las 10, todos los días, con una regularidad a prueba de temporales. Fíjense en la estampa, un hombre de unos setenta años, con su bastón en una mano, y una bolsa que contiene una fiambrera con productos de la tierra -chorizo, jamón, pimiento, incluso cebolla- en la otra. La vida en un pueblo pequeño es mucho más relajada que en la ciudad. Es cierto, hay menos servicios, menos recursos, menor renta per cápita, etcétera. Pero en compesación se recibe algo mucho mejor: una vida sosegad, sin prisas, sin ruidos incómodos, en una solidaridad con los vecinos mucho mayo que en cualquier urbe.

Imagínenselo: un cura, un maestro, un alcalde, un médico, unos cuantos labradores, dos albañiles, dos tabernas y dos o tres comercios, un paisaje límpio y sin contaminación -alguna hay, pero ésta aprieta, no ahoga, como la de la ciudad-, una decena de huertas a la sombra de los nogales, donde algunos jubilados pasan la tarde cultivando para casa, un arroyo donde los niños juegan a pescar con un pequeño sedal con boya y anzuelo, unas casas que parecen haberse detenido en el siglo XVIII, frescas en verano y cálidas en invierno, unas tradiciones que unen a la población, unas bodegas donde pasar el rato, y donde la juventud se divierte, un par de tabernas que sirven de reunión, una escuela, un comercio y un consultorio médico que garantizan los bienes y servicios básicos, y la cercanía de una pequeña ciudad para mayores recursos. Ésto era vida. Pero se quedó en mi infancia.

Y claro, ahora cuando conduzco por la ciudad, con los agobios por tráfico, semáforos, peatones, vehículos ligeros y pesados, el calor incesante que parece incrementarse por la dificultad de que el aire corra entre edificios tan altos, la imposibilidad de ver un sólo jardín que no sea artificial, o al menos que no lo parezca, y las distancias que hacen imposible ir andando a ver a un amigo, por no hablar de la esclavitud a la que el reloj nos tiene sometidos; es normal que recuerde con cariño aquellos tiempos, aquella vida. La buena vida.

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