Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

La libertad y el «austericidio»

Austeridad. Menor gasto público. Bajada de impuestos. Capital. Atraer capital a un país. Eliminar trámites burocráticos, requisitos legales y otros impedimentos. En definitiva, prosperidad. Esto es lo que odian los fanáticos del endeudamiento público. Los que creen que existen atajos para crear riqueza y prosperidad para todo. Los que piensan que el principal fin del Estado es redistribuir la renta: vamos, que lo que tú generas trabajando, lo tengas que compartir a la fuerza con el vecino. Aunque el vecino no trabaje porque no quiere. Si fuera porque no puede, es otro tema.

La intelectualidad política europea decidió, pasada la Gran Guerra, abandonar en masa el liberalismo. Y tanto la izquierda como la derecha abrazaron la socialdemocracia y el intervencionismo, como si el hecho de arrebatar riqueza a quien la produce o de darle al botón de imprimir papel moneda fuera a mejorar más rápido la obtención de recursos de la sociedad. Los más fanáticos estatistas, ahora en la izquierda radical, piden incrementar ese intervencionismo, elevar los impuestos «a las grandes fortunas» (espantándolas de Europa, junto con toda su inversión) y a las clases medias. Además, de nuevo piden que el Banco Central imprima. Se pinta dinero nuevo, y se soluciona lo de la deuda (a costa de reducir a la miseria los salarios y el dinero ahorrado).

Austericidio es como llaman a reducir el gasto público. A recortar coches oficiales, televisiones públicas, aeropuertos deficitarios. Recorte de derechos, llaman a que quien desee pueda irse a la sanidad privada o la educación privada, recibiendo el correspondiente descuento en el impuesto sobre la renta (en la actualidad sólo pueden hacerlo los funcionarios). Avariciosos llaman a los emprendedores, a los que crean puestos de trabajo. A quienes producen para sostener este Leviatán que algunos llaman Estado del Bienestar.

Sólo puede hablar así quien no ha emprendido. Quien no se ha puesto desnudo frente a la libertad y la ha mirado a la cara. Sólo los cobardes, los que se refugian en Papá Estado pretenden esperar de él que todo se lo den; al precio de perder la libertad de decidir por sí mismos.

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