Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

A la caza del corrupto

La corrupción que durante tres o cuatro décadas ha sido sutilmente tolerada en la administración pública está, en estos momentos de crisis y de escándalo mediático tomando un cariz cuanto menos sorprendente. La mal informada –como siempre– opinión pública, todo lo introduce de brutas maneras en las mismas alforjas; y como la masa uniforme y colectiva que es, con o sin pruebas sólidas, con o sin razonamiento, condena al descrédito de la sospecha a cualquier persona por honrada que sea.

Hemos pasado de un extremo a otro. De defender a los corruptos, aun probada su culpabilidad, por profesarles nuestra devoción, a crucificarlos ante la más mínima sospecha infundada; e infundida por algún medio o individuo, con temerario desprecio hacia la verdad. La masa es el más severo de los tribunales. Un inquisidor para quien todos son culpables, incluso, si prueban su más absoluta honradez. Algo habrán hecho, dicen, para levantar esas sospechas.

Ante tal situación, una persona que parta de un razonamiento lógico y con la suficiente empatía como para entender que quien ostenta un cargo público es tan humano como nosotros, ha evitar prejuzgar, con independencia de que en los tribunales haya habido sentencia condenatoria. Y también ha de proceder a separar aquellos actos moralmente cuestionables que un representante haya hecho beneficiándose de su cargo, de aquellas otras, también cuestionables, que ha hecho como ciudadano privado.

Esto puede ser así para el individuo. Pero para la masa no hay piedad. Las antorchas están encendidas y marchan camino de las hogueras en las que, como si todos fueran culpables, han metido a los que un día encumbraron. Todos, la mayoría, son corruptos e ineptos. Todos se lo llevan crudo y todos nos han metido en esta horrible crisis que ha provocado tanto sufrimiento. Los políticos, aun siendo honrados la mayoría, como chivo expiatorio de la mediocridad de nuestra sociedad. No deberíamos caer tan bajo. No deberían los honrados, quienes nunca aceptaron sobornos, pagar por quienes sí, con su maldad o su cómoda torpeza vivieron a nuestra costa. Ni la indolencia de antes ni la actual caza de brujas.

Publicado en El Adelanto Bañezano.

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