Cuando los profanos en astronomía –o simples aficionados- escuchamos hablar del universo, solemos imaginarnos que es un lugar existente allá en el cielo nocturno y lleno de estrellas. Sin embargo, el universo es mucho mayor que todo lo que podamos imaginar. En cuanto te sumerges de manera superficial en la divulgación que los científicos hacen de sus investigaciones, te das cuenta de que el universo que podemos observar es enorme. La Tierra, donde se ha desarrollado toda la historia de la humanidad, es un punto insignificante en un horizonte que tiene una envergadura de miles de millones de años luz.

Las teorías físicas vigentes desde la primera mitad del siglo XX, nos descubren un enigmático, increíble e impresionante universo, con un funcionamiento extraño e imposible de imaginar desde nuestra profana percepción a simple vista. Así, desde la ordenada teoría de la relatividad, a la violencia del Big Bang o los agujeros negros, hasta la intrigante física cuántica –que opera a escalas muy pequeñas de la materia- suponen para el iniciado un tremendo cambio de paradigma sobre la interpretación del ser humano y de la creación.

La impresión que causan las teorías físicas demostradas mediante la observación, sólo es superable por las interminables implicaciones filosóficas que la realidad del universo tiene. Así pues, las luchas por el poder, las guerras sufridas por la humanidad a lo largo de la historia, los fanatismos, y casi cualesquiera otras circunstancias negativas infligidas por los hombres, cobran un cariz tremendamente absurdo para quien mínimamente conoce la situación del ser humano en el inmenso cosmos y la evolución de la creación desde el origen de los tiempos.

El padre de la filosofía griega, Sócrates, hacía la reflexión de que los humanos somos malos sólo por ignorancia, y no por pura maldad. No sé si esto es cierto en todos los casos, pero desde luego, pocos fanatismos sobreviven a unos mínimos y aficionados conocimientos de la naturaleza y las leyes que rigen el universo.