Apoyo la espalda contra la pared de una vieja casa del pueblo. Alzo la vista, en dirección a la iglesia, entre los muros de tapia y adobe, y algunos pajares en ruina; junto a eso, algunos edificios fantasma de ladrillo tosco moderno estropean un poco la escena. Un anciano camina, cabeza al frente, a ratos al suelo, caminando, sin cojera, pero valiéndose de un bastón de fresno como apoyo. Tiene la mirada cansada de una vida satisfecha, y la desesperación de un modo de entender la existencia que toca a su fin.
Por un momento, desaparecen, en mi imaginación, los ladrillos modernos, el asfalto de las calles, se torna marrón rojizo, de firme irregular. Y veo pasar carros tirados por bueyes, mulas, y asnos. Hombres curtidos al sol, una vida dura y difícil, pero cálida y cercana, pues en condiciones hostiles, el egoísmo y la maldad son mal pagados, si bien nunca perdemos de vista su desagradable silueta.
Un cura, tonsurado y vestido de negro hasta el cuello, sale de una casa de barro y piedra, lleva un viejo libro en la mano, y se encamina hacia la iglesia, los niños se acercan para recibir la doctrina, una hora más tarde, comenzará la misa, finalizando en un ite, missa est, tal y como ocurre en el pueblo desde la medieval noche de los tiempos. En una de las calles, veo a dos mozos, un aprendiz, y un patrón, colocar las puertas, ente las cuales se comprimirá la tierra necesaria para la construcción de la tapia del pajar del tío Jerónimo, quién baja de la bodega con un barril de mimbre bajo el brazo, lleno de vino, esta noche le toca regadío. Por la calle de enfrente suben dos arrieros, que transportan en mula su mercancía, y preguntan a un anciano el lugar dónde se encuentra la posada del pueblo, una vieja casa, construída íntegramente en piedra, en el interior de la localidad. Tras ellos, sube el tío Jacinto, acompañado por uno de sus criados, el cual trae a hombros un azadón y una pala. Sin duda vienen de la vega. La jornada toca a su fin. A la puesta del sol, los hombres beberán vino al recordar anécdotas y leyendas en la taberna…
De pronto, todo eso se desvanece en mi imaginación. Un imbécil aparece con un BMW, con los cristales tintados y las ventanillas delanteras bajadas, y la música a tope: chumba-chumba. Reaparecen las aceras de cemento, y el asfalto negro y sucio. La cruda realidad de una gente que ha olvidado su historia, y en su ignorancia, la desprecia y hace burla de ella. El anciano continúa su camino, tras saludarme con un un tímido hasta luego, quizá siendo consciente y habiendo asumido lo mismo que yo acabo de imaginar.