He terminado de leer Un día de cólera, de Arturo Pérez-Reverte, una novela para cuya elaboración el autor ha utilizado una documentación bastísima que queda plasmada en los más de cuatrocientos personajes, todos reales, que aparecen en ella. La novela trata de una fecha señalada en rojo por la historiografía de nuestro país, la jornada que condicionó toda la historia contemporánea de España.
En algunas de las escenas que aparecen en el libro, he podido recordar los cuadros de Goya, la crueldad, perfectamente plasmada en negro sobre blanco por el autor, don Arturo. Pero en la llaga en la que quiero meter el dedo es en la de la desgracia patria. Aquellas gentes que salían a degollar soldados franceses, gritaban vivas a Fernando VII. Y que nadie osara decir algo en contra del deseado rey, pues corría peligro de ser degollado, desde aquel lunes, hasta el final de la guerra. Y de ahí en adelante también… por desgracia.
En lo que quiero hacer incapié es en la maldad y la traición de un mentiroso y un cobarde: Fernando VII. Un perfecto malnacido. En palabras de Galdós «…el monstruo más execrable que jamás haya abortado el derecho divino…». Fernando VII se pasó los seis años de la Guerra de la independencia en Francia, al resguardo de los tiros y del peligro, y felicitando a Napoleón por cada una de sus victorias frente a los patriotas y los ingleses en España. Haciéndole la pelota al que había invadido su país, al comandante en jefe de las tropas que saqueaban pueblos y cometían otras tropelías en España. Era la guerra. Por si fuera poco, al llegar del exilio, como rey, gracias a los militares, a los ingleses, y a los paisanos que se echaron al monte. Primero juró la Constitución, después la derogó y persiguió a todos esos guerrilleros y militares liberales que le habían dado el trono, véase la ejecución de El Empecinado.
¿Esto es lo que nos queda siempre a los españoles? ¿Aguantar de nuestra clase política y nuestros gobernantes este tipo de reacciones de agradecimiento? Hoy en día, por supuesto, no son tan descarados como el Rey Felón. Pero disimuladamente, muchos políticos españoles, parecen no haber aprendido de la historia. Quizá porque no la conocen.