Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

Roma

Enaltecida por Rutilio Namaciano en el siglo IV de nuestra era, la eterna ciudad, el ombligo del mundo, sigue siendo hoy un gran centro, una gran leyenda forjada por la historia, los siglos, y los hombres que dieron sentido y esencia a toda la civilización occidental. Nunca he estado allí, -aún no- pero de ella me cuentan maravillas quienes la han visitado. La latinidad a pleno color. El centro de occidente, del mundo latino. La capital de italia lo es y no porque allí esté la sede del papado o se hayan firmado varios de los tratados más importantes de la historia de la humanidad.

Para ser romántico, diría que no hacen falta palabras para explicarlo, sólo con contemplar una fotografía del arco de Septimio Severo, o ver la inmensidad de los foros imperiales y la irregularidad del antiguo foro romano, ver como algunos edificios, salvados milagrosamente de las manos de papas como Julio II, -gran mecenas, sí, pero nefasto para la historia y el arte antiguo- llevan en pie 2000 años y los contemplamos como lo hizo César, Séneca o Marco Aurelio, como la Curia Julia, o el Panteón, nos podríamos rendir a los pies de la maravilla de las siete colinas.

Pero si queremos ser realistas, sólo tenemos que estudiar la historia, y la razón nos guiará a la leyenda de la que hablo. Nada, ningún país en el mundo actual se puede entender sin la civitas asentada a orillas del Tíber y fundada en el año 753 antes de cristo -según la tradición- por dos gemelos amamantados por una loba, la loba capitolina, esculpida en bronce y aún en pie desde aquella época. Pero queriendo demostrar la importancia de Roma en la historia, sólo tenemos que ver como una ciudad conquistó a sus vecinas, se hizo fuerte, creó el mejor ejército de la época, y entre pactos e inteligentísimas alianzas, y como no, por suerte o por desgracia, también por el arte de la guerra, fue poco a poco conquistando toda la cuenca del Mediterráneo y gran parte del continente europeo. A la caída del último emperador clásico, los sucesores de la línea cultural romana -bien por vía directa, como Francia, España, Italia o Portugal, bien gracias a la recepción y alfabetización propiciada en buena medida por la última de las religiones romanas, el cristianismo, como ocurrió en Inglaterra o Alemania- conquistaron y dominaron el mundo, extendiendo sus leyes, su derecho, su alfabeto, y como no, numerosas palabras del léxico latino por casi todo el mundo. Se salvaron Oriente y el Islam, pero el progreso técnico acaecido en occidente tras la revolución industrial, hizo que estos no tuvieran más remedio, para entender los inventos y artilugios de los occidentales, que aceptar parte de la esencia cultural y la forma de entender el mundo legada por la antigua y amada Roma. Los derechos humanos, la lucha de la razón contra el oscurantismo y el fanatismo, son en buena medida, una consecuencia del legado romano.

Desde luego que entre los vástagos de la antigua Roma, en España, como país latino por excelencia, junto con Italia, Francia, Portugal y Rumanía, nos encontramos en una posición privilegiada, motivo de orgullo, pues en cierto modo, como descendientes directos de los antiguos, somos ciudadanos romanos. Nuestra misión, como latinos debe ser siempre cuidar ese legado para que no se pierda. Los hispani, o españoles, seguimos siendo los mismos que hace 2000 años, los sucesores espirituales de uniones mestizas, de la valentía de Viriato y la razón de Séneca, de la ambición de César y la determinación de Sertorio. Dieron nombre a nuestro país, y a partir de entonces todo girará en torno a lo que Roma nos dejó, Hispania, España. Porque toda la edad media nacional es un intento constante por recuperarla. Al margen de godos, suevos, vándalos, alanos, árabes, bereberes, y franceses, que sus pequeños aportes harían, Roma es la esencia de España. España es el resultado de la unión de varios pueblos celtas, de comerciantes íberos, y habitantes ancestrales, entre ellos los vascos, y los propios ítalos, numerosos como sus legiones, gentes cultas que vinieron del Lazio para convertirse en nuestros antepasados. Y esa unión la propició Roma. La madre del Mundo.

Por todas estas razones, aconsejo que honremos a esta ciudad italiana, a esta tierra increíble. Al edificio y plaza que vieron morir a César, el padre de la patria latina, al Coliseo, expresión del gusto occidental por los espectáculos públicos -aunque a veces sangrientos, pero no siempre-, a sus fuentes, a sus columnas, y como no a los textos latinos. No sé quién fue el desinformado que erradicó esta lengua de la enseñanza obligatoria, pero desde luego, fue la peor decisión que pudo tomar. Porque el estudio del latín, el estudio de Roma, es nuestro propio estudio. Es como, hacer una introspección en los más profundo de nuestro ser.

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