Daniel Ortiz

EXTRA ITINERE AD ADSTRA

La campana de la izquierda

El hecho de haber servido como monaguillo en la iglesia del pueblo te puede dar otra perspectiva que quizá algunos oriundos del lugar desconocen. En los años 90 aún vivían los nacidos en la primera década del siglo XX, e incluso, alguno del siglo XIX. Conocimos a mucha gente que nos contaba historias. Historias del pueblo, de épocas pasadas, de la Guerra, de las costumbres ya desaparecidas o deformadas y sucesos concretos de otros años.

Los que ayudábamos a misa éramos en ese sentido y pesa a nuestra temprana edad, unos privilegiados que escuchábamos con mayor frecuencia aquellas historias. Los ancianos, y no tan ancianos, gustaban de recordarnos el lugar donde se encontraba la escuela de las niñas, junto a la iglesia de San Juan (bajo cuya espadaña aún se puede observar la silueta de las tejas del desaparecido edificio), o de cómo el padrino de Abel cayó desde el campanario sobre aquel tejado; o cómo en las fiestas o cuando venía el Obispo, o cuando inauguraron las campanas, les daban la vuelta a las mismas, haciéndolas sonar de una manera muy característica.

Otros, nos reñían por las bromas que hacíamos durante la misa para que tratáramos de hacer reír al monaguillo de enfrente y que éste fuera el que quedara mal. No pocos de nuestros mayores, trataban de enseñarnos, por ejemplo, a tocar las campanas dependiendo de cada situación. «A muerto: no se puede tocar la campana izquierda hasta que haya desaparecido el sonido de la campana derecha y viceversa, manera ésta que se usaba durante los entierros. A fuego: deprisa y fuerte. Repique a misa: dos a la izquierda por cada una a la derecha, cuanto más rápido, mejor.» Los niños nos pegábamos por tocar cuanto más rato mejor. En alguna ocasión cabreamos a más de un lugareño, por excedernos en la duración.

Siempre me llamaron la atención esos dos instrumentos musicales enormes y sonoros. Los descubrí con 6 o 7 años y recuerdo un sonido inmenso, que casi hacía daño en los oídos. Se encontraban en el rascacielos del pueblo, que para mí era la espadaña de la Iglesia. Las campanas me fascinaban de pequeño. Una de ellas, la de la derecha, era la más grande y sonora y había sido fundida y restaurada en el año 1986, siendo Andrés Peñín el alcalde y Don Vicente Castro el señor cura. Sin emabargo, yo estaba fascinado por la más antigua. Había sido colocada, con su soporte de hierro, junto a la grande antes de su restauración, en 1934. Si leemos su leyenda, inscrita en la misma campana de bronce, podemos descubrir que el cura era Don Santos y el alcalde Francisco Ferrero Merillas, el tío Jatas. Lo antiguo siempre ejerció un magnetismo especial sobre mí y aún hoy lo sigue ejerciendo y la campana de la izquierda lo era. Yo la conocí entera. Rajada ya, pero entera. Sin que se le hubiera desprendido el trozo que ahora le falta. El hecho de que ya estuviera un poco deteriorada le otorgaba ese sonido hueco característico que aún hoy mantiene y que hace único el tañer de las campanas de Coomonte.

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