Yo llegué al instituto en primero de la ESO, allá por Septiembre del 97. Al año siguiente supe que debía continuar los estudios hasta terminar el bachillerato y después, con el permiso de los dioses, pasar a cursar estudios universitarios. En segundo de la ESO me parecía larguísimo el camino que tenía que recorrer aún para llegar hasta donde estoy ahora, los meses parecían lustros…
Cuando por fin conseguí el título de la ESO, mi única meta era sacar el bachillerato de Ciencias de la Salud y hacerlo en Salamanca, pero las cosas se torcieron y a mitad de ese mismo curso regresé al Ornia.
Ahora sé que con voluntad hubiera conseguido sacar las matemáticas y acabar aquella opción de bachillerato, pero lo cierto es que entonces tenía la mente bloqueada y me decidí, -no sin informarme bien antes- por cursar el bachillerato de humanidades. Fue ese año cuando me convertí en estudiante de verdad. Hasta entonces todo había sido una especie de intentona. Pero cuando le vi las orejas al lobo, cuando supe que los estudios eran más que memoria y asistir a clase, que eran esfuerzo y voluntad, me puse con codos y entre junio y septiembre me encontré en segundo. Y este curso ha sido ya un curso serio. Creo que aunque todavía me queda mucho por recorrer, estos dos últimos años he crecido como persona, he madurado incluso más que los seis años anteriores que también estuve matriculado en este clásico instituto de secundaria bañezano.
En cuanto a la madurez podría yo contar un par de cosas. Cuando en primero de Secundaria accedí al centro, en mi clase estábamos convencidos de que ya éramos mayores y responsables con 11 o 12 años… pero en segundo nos dimos cuenta de que estábamos equivocados. Sin duda en cuarto o en tercero también lo pensamos: “oh, el ciclo final de la ESO”, y sin embargo, todavía quedaban dos cursos en los que aún no he sabido si hemos madurado lo suficiente.
Lejos ya de la primera imagen que tuve yo de este centro en los primeros años, en los que el nombre del instituto era una palabra tabú para mí, sobre todo a partir de los últimos tres años he aprendido en cierto modo a tener cariño al edificio en el cuál se ubica. Son muchas horas, muchos días, semanas, años, compartiendo no sólo aula, sino desde grandes enemistades hasta las amistades que más han marcado nuestras vidas. He visto llegar e irse a muchos profesores y alumnos del centro, unos con más gloria, otros con más pena, pero al fin y al cabo los que realmente perduran en nuestra memoria son los recuerdos agradables de las personas, por lo tanto no guardo un mal recuerdo de nadie.
El Ornia ha sido clave pare entender la evolución de mi vida y la de muchos otros. También sé que hay quién sólo ha hecho bachiller o no ha hecho toda la ESO, y puede que no entienda del todo mis palabras, pero estoy convencido de que en parte, ajustadas a cada caso, se identifican con ellas.
Solo me queda expresar mi más profunda gratitud a los profesores, quienes nos han soportado en clase y han sabido, quién más, quién menos, conducirnos al objetivo final, que es estar hoy aquí. También a los compañeros, sin cuyo apoyo, y en ocasiones amistad, no habría sido posible mantenerme en clase.
Sin nada más que se me venga al pensamiento que crea menester incluir, concluyo.