En los años setenta se jugaba al fútbol en el Arenal, al otro lado de El Pozo de la ermita. Las porterías eran de madera y había que hacerlas cada año. Mi padre y otros testigos de aquella época me han contado como hacían cada vez que era necesario para llevar a cabo un evento, como un torneo para las fiestas. En una pradera, al otro lado del caño, los dos o tres de siempre se molestaban en elaborar las porterías con madera de chopo para que al final todo el pueblo pudiera disfrutar del juego del balompié.

También he escuchado hablar del primer balón de cuero que Don Santos, el cura de entonces, compró a finales de los 50 o principios de los 60 para que los niños de la escuela pudieran jugar al fútbol. Y de las camisetas, parecidas a las del Milán que vistieron por primera vez esos niños y jóvenes, pioneros del juego en un pueblo que hasta entonces sólo practicaba el juego de pelota-mano. Quién no ha oído hablar del 21-1 a Maire.

Yo, que nací a mediados de los 80 tengo mi primer recuerdo futbolístico en el pueblo, en el campo de fútbol de El Sequedal, ya en las Eras, y con las camisetas azules del Club Deportivo Coomonte. El equipo llegó a estar federado dos temporadas y disputó encuentros en regional preferente contra Puebla de Sanabria o Villalpando. Era patrocinado por la mítica fábrica de gaseosas y de refrescos Fernández-Baladrón e iba en autobús a los partidos. Eran otros tiempos, en los que residían cuatrocientas o quinientas almas en la localidad y la edad media era mucho más baja que en la actualidad.

No recuerdo si cuando se hizo el campo de Fútbol actual, con porterías primero de madera, y después, de hierro, era alcalde José Morán o mi padre, Manuel Ortiz. El caso es que a principios de los 80, cambiando de sitio algunos materiales, los propios aficionados al deporte construyeron la caseta de vestuarios -para local, visitante y árbitro- y los banquillos. Y más tarde, ya jugando la Liga de los Valles -al margen de la Federación-, se cercó con una valla -ahora algo deteriorada- el recinto. También recuerdo que Sixto Rodríguez y su sobrino Jesús Fernández, un gran jugador aficionado, construyeron la máquina de pintar el campo, con cal o yeso. Una maravilla artesana y que cumplía bien su función. También recuerdo el marcador, con goles de 0 a 9 para local y visitante, elaborado para ser colgado del poste de teléfonos que se encuentra a un lado del campo de fútbol.

Yo era aún un rapaz, sin embargo recuerdo muy bien como eran los partidos en El Sequedal. Cómo los niños nos subíamos encima de los baquillos, y como todo el pueblo acudía los domingos por la tarde que tocaba en casa, a ver el partido del Coomonte. 

La última intentona futbolística fue en la temporada 2008-2009. Jugamos de nuevo la Liga de los Valles, apuntándonos veintidós o veintitrés jugadores de los cuales, a penas 11 llegamos a jugar el último partido de la temporada. Desde entonces, el campo de Fútbol permanece de balde, en silencio, como testigo de la gloria pasada del pueblo.